“No voy a justificarme, pero no soy un hipócrita, ni un hijoputa.
Sólo soy un trozo de carne que tiene miedo…”
(David, en CARNE TRÉMULA de Pedro Almodóvar)


Evidentemente, para poder crear con libertad, hay que ponerse límites. El primero de ellos, en este caso, ha sido elegir el título. “Carroña” pretende condensar (¿pretende condensar?) una visión del mundo degradado por la miseria social y del espíritu; o para decirlo de una forma más radical, una visión del hombre como un insecto descomponiéndose en su pequeña trampa. Visión esta que, a modo de reacción en cadena, es disparadora de un cúmulo de otras imágenes o sustratos de ideas que se funden entre sí, se copulan, yuxtaponen, combinando seres y cosas en una especie de “infierno habitado”: ambigüedad, ambivalencia, parodia, combinación de elementos místico-religiosos, ataque dirigido a las diversas formas de la tontería humana y de las convenciones sociales y religiosas, lo patético, inédito y grotesco del espectáculo cotidiano, odio al prejuicio más ridículo de lo sublime.

Se trata de captar ávidamente el universo inmediato, descender de alguna manera hasta los últimos fondos de la conciencia en su trágica inquisición ante la nada; a través de un tono mordaz, de una corrosiva sed de vida y una despojada sinceridad. Poco importa si se está o no en lo cierto, la nada se justifica por sí misma, sin prólogos que la defiendan o expliquen; la solitaria expedición de descubrirla y conquistarla nos hace llegar a los bordes del mundo, en una travesía de deslumbramiento, sintiendo que el suelo se hunde bajo los pies a medida que avanzamos, hasta que las cosas mismas acaban por convertirse en las sombras de su propia soledad.

Efectos de deterioro, de daño en la realidad, de tremendismo o de catástrofe, intentar salir de una realidad mediocre no es una evasión, sino una hambrienta pasión por la existencia, por la corrupción que la misma oculta en todas sus formas, como si ella fermentara en un proceso de eterna descomposición; y aunque para profesarle nuestro amor inagotable escojamos el estallido de lo irrisorio, lo desechado, las situaciones de omnipotencia, de agresividad, sublimación, las formas de la frustración, los instintos, el delirio, el fondo oscuro y turbulento del yo destituido por las falsas jerarquías estéticas o sociales.

Todo es un eco que se continúa, un vertiginoso laberinto de imágenes e ideas, un absurdo, un no-sentido de una realidad en esencia impenetrable, opresora y sin solución, por ello mismo, inimaginable en todos los sentidos posibles: el arte como furor, como sarcasmo, cinismo, desesperación; el arte como rebelión contra los valores establecidos, las instituciones falsificadas, el desacuerdo entre la conciencia y el mundo; el arte poniendo al descubierto la contextura desconcertante y el milagro de la existencia; aunque tal planteo escandalice o conmocione al espectador debido a su carácter riesgoso o peligrosamente ubicado en “el filo de lo tolerable”.

Estamos programados para rechazar ciertas cosas, más allá de lo que verdaderamente traten de representar o del contexto en el que se muevan, ciertas ideas que nos invaden o facetas de carácter destructivo sobre la condición humana. Puede que al mirarnos en ciertos espejos, no nos guste lo que veamos, pero antes de criticar al espejo deberíamos examinar nuestra imagen en él reflejada.